La punta de la pirámide (demográfica) africana

En 1968 los líderes mundiales proclamaron que los individuos tienen el derecho humano básico de determinar libre y responsablemente el número y el espaciamiento de sus hijas e hijos. El Día Mundial de la Población fue instaurado por las Naciones Unidas el 11 de julio de 1989, cuando la Tierra superaba la cifra de los cinco mil millones de habitantes. La población mundial actual es de 7.600 millones de personas, y se estima que alcanzará los 9.800 millones para 2050. En ese año, la población del continente africano duplicará a los 1.256 millones actuales.

Pero las Áfricas son enormemente variadas. La única declaración firme que se puede hacer es que África será el continente demográficamente más dinámico del mundo en este siglo. También, será la fuente de prácticamente todo el crecimiento de mano de obra en el mundo y, por mucho, la región más joven. Pero hay detalles en su “excepcionalísimo” demográfico que no podemos, tanto desde los gobiernos de Europa y África como desde la sociedad civil de ambos continentes, seguir mirando de lado.

Para empezar, seguimos con una visión simplista de la realidad que no nos deja ver más allá, porque solo percibimos el peligro y nos desentendemos de las responsabilidades. Es cierto, y no podemos negar lo que el médico y estadístico sueco Hans Rosling afirmaba sobre las tendencias de crecimiento en el continente africano: en los lugares más pobres no utilizarán anticonceptivos mientras sigan viendo a sus hijos morir; mientras los hijos e hijas sean esa mano de obra imprescindible para que sobreviva la familia; y mientras la educación no entre en la ecuación del desarrollo de los lugares más azotados por la miseria cíclica.

En esta misma línea, el pasado año, el experto en Demografía del CSIC Julio Pérez Díaz nos hacía ver el problema de perspectiva que teníamos, ya que el actual crecimiento de la población en el continente africano “no es ninguna peculiaridad, sino un ciclo por el que otros ya hemos pasado antes. Si los bebés que traes al mundo no se mueren y llegan a reproducirse, ya no hace falta tener seis hijos por mujer para que la población no se extinga”. Y es que, cuando hay un alto número de nacimientos (por motivos religiosos, culturales o puramente económicos) y de pronto, se multiplica el porcentaje de niños y niñas que alcanzan la edad adulta, el crecimiento poblacional se dispara. Y, aunque queda camino por recorrer, es lo que está pasando gracias a los avances en atención sanitaria: las muertes de niños y niñas menores de cinco años en África subsahariana han caído más de un 30% desde principios de siglo.

A menudo, una reducción en la mortalidad, especialmente la infantil, se traduce en una disminución en la fertilidad: desde 1950, la mortalidad infantil (entre 0 y 5 años) se ha reducido del 30% al 10%. Pero esto no se ha traducido en una “transición demográfica” al uso, porque aún no ha tenido un efecto de reducción sobre la fertilidad. Ciertamente, la excepcionalidad africana desconcierta. Si consideramos que habitualmente la fecundidad efectiva de un país está vinculada al número de niñas y niños que desea la población, la primera condición para tener pocos hijos es, por lo tanto, querer pocos. Pero en África, sigue siendo muy alto. Según un estudio realizado en 2010 en el continente, en 18 de los 26 países analizados, el “número ideal” de hijos/as para las mujeres casadas era mayor de 5, y en dos casos mayor de 8. Cuando los hombres también fueron entrevistados, el ideal era en todas partes mayor de 5 y excedía de 8.

Si los progenitores, y en particular los padres, desean una familia numerosa, es principalmente porque sigue arraigado en la cosmovisión de que una amplia prole “representa una fuente de riqueza, porque los niños pueden ayudar en los campos, mantener el ganado y, más tarde, encontrar pequeños trabajos en la ciudad”. Con respecto a este estudio, Jean-Pierre Guengant, director de investigación emérito del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD), analizó que “en África subsahariana los encargados de formular políticas aún consideran que el rápido crecimiento de la población es un factor de prosperidad, ya que contribuye a la expansión de los mercados y la fortaleza de los países”

Es cierto que las mujeres en el continente, en lugar de casarse a los 15 años de media, han accedido en las últimas dos décadas a una mayor cobertura de los sistemas educativos, ampliando sus estudios e invirtiendo en su futuro laboral hasta los 30 años. Pero el aumento en la edad del matrimonio es aún muy lento, incluso inexistente, en muchos países.

Ante estos antecedentes, podemos decir dos cosas, y poner el foco en una tercera: La primera es que la mejor palanca sigue siendo la movilización directa de las mujeres. La segunda es que, evidentemente, repartir preservativos no es la solución. Porque África puede ser el continente más joven en la tierra, pero -y ahí está la tercera– la población más vieja del continente está creciendo rápidamente. Y ese factor crucial no lo estamos sabiendo ver ni dimensionar. Juventud que sobrevive, crece y, envejecerá.

Según estimaciones de la ONU sobre el envejecimiento de la población, se prevé que la población del continente de 60 años y más aumente más de tres veces entre 2017 y 2050, de 69 a 225 millones. A esta proyección futura, le ponemos datos del presente: sólo en 10 naciones de las 54 que forman el continente africano existen pensiones universales para las y los adultos mayores. Estas pensiones contributivas se construyen en función de los ingresos pasados como población activa ​​y las contribuciones a los planes de pensiones. Pero en el detalle, se esconde la jubilación soñada: esas redes de seguridad social excluyen a las personas que trabajan en el sector informal, que representa hasta un 85% del empleo en África. Y para el 6,3 % de la población en edad de trabajar en la región subsahariana que contribuyó en 2019 a un plan de pensiones, el pago no es suficiente para cubrir los gastos presentes; y los ingresos antes de la jubilación no están ajustados adecuadamente a la inflación.

Esta falta de atención y enfoque de los gobiernos hacia las personas mayores tendrá serias implicaciones económicas regionales y continentales. Por ejemplo, (a ver si les suena esto) a medida que las personas envejecen, la mano de obra y el capital humano que precisa el sistema y economía se verán reducidos, a la par que la necesidad de atención médica especializada aumentará. Y como los estados “no pueden” cubrir dichas necesidades, la población se verá obligada a un ahorro personal, esfuerzo que la gran mayoría de las y los adultos mayores no tienen en África. Y claro, cuando las familias destinan una gran parte de sus recursos económicos al cuidado, los ya mermados ingresos disponibles hacen que ahorrar pase de imposible a impensable. De este modo, el peso económico del cuidado de las personas mayores recaerá cada vez más en los miembros de la familia. Y el peso humano, como es habitual, en la mujer.

Como podemos ver, hay elementos que no diferencian mucho Europa de África: la población dependiente de la cúspide de la pirámide acaba siendo atendida y cuidada fundamental y mayoritariamente por las mujeres de los entornos familiares. Si a ello le sumamos, la ausencia -o debilitamiento- de sistemas de salud y garantía social de protección, la carga va contra el ahorro de las familias, afectando al capital disponible para otros gastos básicos o inversiones. Y la regularidad y cantidad de ese flujo, mundano y micro, afecta a las inversiones público-privadas que impulsan el crecimiento macroeconómico de un país.

No solo el crecimiento demográfico subsahariano, aun siendo “de manual”, pero con particularidades y matices específicos, debe ser objeto de políticas y planes integrales. El envejecimiento de la población ha de afrontarse desde una visión de estado, con garantías y responsabilidades, y serán los países de África quienes habrán de redactar e implementar sus propios contratos sociales.

Sabemos que es difícil quebrar el obstinado pensamiento del norte por lanzar profilácticos sobre los pobres, (y luego elegir los temporeros y temporeras que trabajan en nuestros campos -y quienes no-), pero una nueva rama de la pirámide de población en las Áfricas va a reclamar su espacio. Y, a la vez, viajes del IMSERSO.

Álvaro Martín de Vega

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